Señor de Nuestro Trabajo
Lección 10
Para el 3 de Septiembre de 2005
Sábado 27 de Agosto.
Para el 3 de Septiembre de 2005
Sábado 27 de Agosto.
Están en gran error los que consideran el trabajo como una maldición, si bien éste lleva aparejados dolor y fatiga. A menudo los ricos miran con desdén a las clases trabajadoras; pero esto está enteramente en desacuerdo con los designios de Dios al crear al hombre. ¿Qué son las riquezas del más opulento en comparación con la herencia dada al señorial Adán? Sin embargo, éste no había de estar ocioso. Nuestro Creador, que sabe lo que constituye la felicidad del hombre, señaló a Adán su trabajo. El verdadero regocijo de la vida lo encuentran sólo los hombres y mujeres que trabajan. En el cielo se trabaja constantemente. No hay holgazanes allá. “Mi Padre hasta ahora trabaja” dijo Cristo, “y yo trabajo”. No podemos imaginar que nuestra parte consistirá en estar ociosos y descansar en un estado de bienaventurada inactividad cuando llegue el triunfo final y tengamos las mansiones que nos han sido preparadas.
Dios quiere que todos trabajen. La atareada bestia de carga responde mejor a los propósitos de su creación que el hombre indolente. Dios trabaja constantemente. Los ángeles trabajan; son ministros de Dios para los hijos de los hombres. Los que esperan un cielo de inactividad quedarán chasqueados; porque en la economía del cielo no hay lugar para la satisfacción de la indolencia. Pero se promete descanso a los cansados y cargados. El siervo fiel es el que recibirá la bienvenida al pasar de sus labores al gozo de su Señor ( Maranata: El Señor viene, p. 348).
Domingo 28 de Agosto
El don del trabajo en el Edén.
Dios quiere que todos trabajen. La atareada bestia de carga responde mejor a los propósitos de su creación que el hombre indolente. Dios trabaja constantemente. Los ángeles trabajan; son ministros de Dios para los hijos de los hombres. Los que esperan un cielo de inactividad quedarán chasqueados; porque en la economía del cielo no hay lugar para la satisfacción de la indolencia. Pero se promete descanso a los cansados y cargados. El siervo fiel es el que recibirá la bienvenida al pasar de sus labores al gozo de su Señor ( Maranata: El Señor viene, p. 348).
Domingo 28 de Agosto
El don del trabajo en el Edén.
El Señor creó a Adán y a Eva y los colocó en el jardín del Edén para cultivarlo y guardarlo para el Señor. Se les dio esa ocupación para su felicidad, o de lo contrario el Señor no les hubiera asignado su trabajo. En consejo con el Padre, antes de que el mundo fuera, se determinó que Jehová Dios plantara un huerto para Adán y Eva en el Edén y les diera la tarea de cuidar los árboles frutales y cultivar y velar por la vegetación. El trabajo útil había de ser su salvaguardia y había de perpetuarse a través de todas las generaciones hasta la terminación de la historia de la tierra (Conducción del niño, p. 323).
Aunque todo lo que hizo Dios tenía la perfección de la belleza, y nada que contribuyese a la felicidad de Adán y Eva parecía faltar, sin embargo manifestó su gran amor plantando un huerto especialmente para ellos. Parte de su tiempo estaría ocupado en la hermosa tarea de labrarlo, y otra parte en recibir la visita de los ángeles, escuchar sus instrucciones, y meditar gozosamente. Su ocupación no era cansadora, sino agradable y vigorizadora. Ese hermoso huerto sería su hogar...
Si la dicha hubiese consistido en estarse sin hacer nada, el hombre, en su estado de inocencia, habría sido dejado sin ocupación. Pero el que creó al hombre sabía qué le convenía para ser feliz; tan pronto como lo creó le asignó su trabajo. La promesa de la gloria futura y el decreto de que el hombre debe trabajar para obtener su pan cotidiano provinieron del mismo trono (Conflicto y valor, p. 12).
Adán y Eva recibieron el jardín del Edén como morada, y debían cuidar de él labrándolo y manteniéndolo. Su trabajo les producía felicidad y no se cansaban por hacerlo. Su mente, corazón y voluntad actuaban en perfecta armonía y sentían placer en trabajar y estar en comunión el uno con el otro. Recibían la visita de Dios y de Cristo, y gozaban de perfecta libertad. Sólo tenían una restricción: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16, 17). Esa habría de ser la señal de su obediencia hacia Aquel que era el propietario de su hogar, y quien lo había puesto bajo su cuidado (Manuscript Releases, t. 10, p. 327).
Lunes 29 de Agosto
Los desafíos del trabajo después de la caída.
Aunque todo lo que hizo Dios tenía la perfección de la belleza, y nada que contribuyese a la felicidad de Adán y Eva parecía faltar, sin embargo manifestó su gran amor plantando un huerto especialmente para ellos. Parte de su tiempo estaría ocupado en la hermosa tarea de labrarlo, y otra parte en recibir la visita de los ángeles, escuchar sus instrucciones, y meditar gozosamente. Su ocupación no era cansadora, sino agradable y vigorizadora. Ese hermoso huerto sería su hogar...
Si la dicha hubiese consistido en estarse sin hacer nada, el hombre, en su estado de inocencia, habría sido dejado sin ocupación. Pero el que creó al hombre sabía qué le convenía para ser feliz; tan pronto como lo creó le asignó su trabajo. La promesa de la gloria futura y el decreto de que el hombre debe trabajar para obtener su pan cotidiano provinieron del mismo trono (Conflicto y valor, p. 12).
Adán y Eva recibieron el jardín del Edén como morada, y debían cuidar de él labrándolo y manteniéndolo. Su trabajo les producía felicidad y no se cansaban por hacerlo. Su mente, corazón y voluntad actuaban en perfecta armonía y sentían placer en trabajar y estar en comunión el uno con el otro. Recibían la visita de Dios y de Cristo, y gozaban de perfecta libertad. Sólo tenían una restricción: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16, 17). Esa habría de ser la señal de su obediencia hacia Aquel que era el propietario de su hogar, y quien lo había puesto bajo su cuidado (Manuscript Releases, t. 10, p. 327).
Lunes 29 de Agosto
Los desafíos del trabajo después de la caída.
Cuando Dios creó al hombre lo hizo señor de toda la tierra y de cuantos seres la habitaban. Mientras Adán hubiese permanecido leal a Dios, toda la naturaleza hubiera estado bajo su señorío. Pero cuando se rebeló contra la ley divina, las criaturas inferiores se rebelaron contra su dominio. Así el Señor, en su gran misericordia, quiso enseñar al hombre la santidad de su ley e inducirle a ver por su propia experiencia el peligro de hacerla a un lado, aun en lo más mínimo. La vida de trabajo y cuidado, que en lo sucesivo sería el destino del hombre, le fue asignada por amor a él. Era una disciplina que su pecado había hecho necesaria para frenar la tendencia a ceder a los apetitos y las pasiones y para desarrollar hábitos de dominio propio. Era parte del gran plan de Dios para rescatar al hombre de la ruina y la degradación del pecado (Conflicto y valor, p. 18).
Dios maldijo la tierra por causa del pecado cometido por Adán y Eva al comer del árbol del conocimiento, y declaró: “Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida”. El Señor les había proporcionado lo bueno y les había evitado el mal. Entonces les declaró que comerían de él, es decir, estarían en contacto con el mal todos los días de su vida. De allí en adelante el género humano sería afligido por las tentaciones de Satanás. Se asignó a Adán una vida de constantes fatigas y ansiedades, en lugar de las labores alegres y felices de las que habían gozado hasta entonces. Estarían sujetos al desaliento, la tristeza y el dolor, y finalmente desaparecerían. Habían sido hechos del polvo de la tierra, y al polvo debían retomar (La historia de la redención, pp. 41, 42).
Dios les dio a Adán y Eva un empleo. El Edén fue la escuela para nuestros primeros padres y Dios fue su instructor. Aprendieron a labrar la tierra y a cuidar de lo que Dios había plantado. No consideraban el trabajo como algo degradante sino una gran bendición. Para ellos era un placer trabajar. La caída cambió el orden de cosas: la tierra fue maldita; pero la orden de ganarse el pan con el sudor de su rostro no formó parte de la maldición. El trabajo seguiría siendo una bendición para los descendientes de Adán y Eva, porque el Señor nunca planeó que los seres humanos estuvieran sin hacer nada. Al profundizarse el pecado entre los hombres, los planes del Creador fueron cambiados, y ahora la carga del trabajo es soportada pesadamente por una clase, mientras la maldición de la inactividad descansa sobre los que poseen el dinero que consideran suyo aunque pertenece a Dios. La falsa idea de que el dinero aumenta el valor moral de una persona ha llevado a cambiar los planes divinos acerca del trabajo (Special Testimonies on Education, p. 89).
Martes 30 de Agosto
La productividad en nuestro trabajo.
Dios maldijo la tierra por causa del pecado cometido por Adán y Eva al comer del árbol del conocimiento, y declaró: “Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida”. El Señor les había proporcionado lo bueno y les había evitado el mal. Entonces les declaró que comerían de él, es decir, estarían en contacto con el mal todos los días de su vida. De allí en adelante el género humano sería afligido por las tentaciones de Satanás. Se asignó a Adán una vida de constantes fatigas y ansiedades, en lugar de las labores alegres y felices de las que habían gozado hasta entonces. Estarían sujetos al desaliento, la tristeza y el dolor, y finalmente desaparecerían. Habían sido hechos del polvo de la tierra, y al polvo debían retomar (La historia de la redención, pp. 41, 42).
Dios les dio a Adán y Eva un empleo. El Edén fue la escuela para nuestros primeros padres y Dios fue su instructor. Aprendieron a labrar la tierra y a cuidar de lo que Dios había plantado. No consideraban el trabajo como algo degradante sino una gran bendición. Para ellos era un placer trabajar. La caída cambió el orden de cosas: la tierra fue maldita; pero la orden de ganarse el pan con el sudor de su rostro no formó parte de la maldición. El trabajo seguiría siendo una bendición para los descendientes de Adán y Eva, porque el Señor nunca planeó que los seres humanos estuvieran sin hacer nada. Al profundizarse el pecado entre los hombres, los planes del Creador fueron cambiados, y ahora la carga del trabajo es soportada pesadamente por una clase, mientras la maldición de la inactividad descansa sobre los que poseen el dinero que consideran suyo aunque pertenece a Dios. La falsa idea de que el dinero aumenta el valor moral de una persona ha llevado a cambiar los planes divinos acerca del trabajo (Special Testimonies on Education, p. 89).
Martes 30 de Agosto
La productividad en nuestro trabajo.
Pablo no sólo soportaba el duro esfuerzo de sus facultades físicas en trabajos comunes sin el menor sentimiento de que se estaba rebajando o degradando y sin descontento, sino que llevaba la carga y al mismo tiempo trabajaba con la mente para progresar en conocimientos espirituales y para lograrlos. Practicaba las lecciones que enseñaba. Recibía repetidas visiones de Dios, y por la luz que se le daba sabía que cada hombre debe trabajar con mente, músculos y tendones. Este fiel discípulo de Cristo y apóstol de Jesucristo se había consagrado sin reservas al servicio de Dios (Comentario bíblico adventista, t. 7, pp. 923, 924).
Los obreros deben llevar a Jesús consigo a todo departamento de su trabajo. Cualquier cosa que hagan, deben hacerla con una exactitud y un esmero que soporten la inspección. Deben poner su corazón en el trabajo. La fidelidad es tan esencial en los deberes comunes de la vida como en los que entrañan mayor responsabilidad. Algunos pueden concebir la idea de que su trabajo no es ennoblecedor; pero su trabajo es precisamente lo que ellos quieren hacerlo. Ellos solos son capaces de degradar o elevar su empleo. Quisiéramos que cada zángano se viese obligado a trabajar para ganar su pan cotidiano; porque el trabajo es una bendición, no una maldición. La labor diligente nos preservará de muchas trampas de Satanás, quien “encuentra siempre algún trabajo perjudicial para las manos ociosas”.
Ninguno de nosotros debe avergonzarse de su trabajo, por humilde y servil que parezca, pues es ennoblecedor. Todos los que trabajan, ya sea con la mente o con las manos, cumplen con su deber y honran su religión, tanto mientras lavan la ropa o los platos como cuando van a la reunión. Mientras las manos se dedican al trabajo más común, la mente puede ser elevada y ennoblecida por pensamientos puros y santos. Cuando cualquiera de los obreros manifiesta falta de respeto por las cosas religiosas, debe ser separado de la obra. Nadie piense que la institución depende de él (Joyas de los Testimonios, t. 1, pp. 588, 589).
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel, y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (S. Lucas 16: 10). El servicio activo para Dios está directamente relacionado con los deberes comunes de la vida, aun con las ocupaciones más humildes. Debemos servir a Dios en el lugar donde él nos coloca. Él debe colocarnos a cada uno en su lugar, y no nosotros mismos. Posiblemente el trabajo en el hogar sea el lugar que debamos ocupar durante un tiempo o tal vez durante toda la vida. Entonces hay que prepararse para ese trabajo para que hagamos lo mejor posible para el Señor.
El Señor nos está probando para ver qué clase de fibra estamos poniendo en la edificación del carácter. Si somos descuidados e indiferentes, negligentes y desatentos, en las cosas pequeñas de todos los días, nunca seremos aptos para otro servicio para Dios... El que es infiel en lo poco, con seguridad repetirá esta infidelidad si se lo coloca en posiciones más elevadas y si se le dan mayores responsabilidades... La importancia de las cosas pequeñas no es menor porque son pequeñas; en cambio su influencia para el bien o el mal es enorme. Ayudan a disciplinar para la vida. Son parte de la preparación del alma en la santificación de todos los talentos que Dios nos ha confiado. La fidelidad en las cosas pequeñas en la realización de los deberes hace que el obrero de Dios refleje cada vez más a Cristo. Nuestro Salvador es un Salvador para la perfección del hombre en su ser entero. No es Dios de una sola parte del ser. La gracia de Cristo obra para disciplinar toda la textura humana. El lo hizo todo. Él ha redimido a todos. Ha hecho participantes de la naturaleza divina a la mente, la energía, el cuerpo y el alma, y todos son su posesión adquirida. Hay que servirle con toda la mente, el corazón, el alma y las fuerzas. Entonces el Señor será glorificado en sus santos, aun en las cosas comunes y temporales. “Santidad a Jehová” será la inscripción colocada sobre ellos (A fin de conocerle, p. 333).
Miércoles 31 de Agosto
Trabajar para beneficio de otros.
Los obreros deben llevar a Jesús consigo a todo departamento de su trabajo. Cualquier cosa que hagan, deben hacerla con una exactitud y un esmero que soporten la inspección. Deben poner su corazón en el trabajo. La fidelidad es tan esencial en los deberes comunes de la vida como en los que entrañan mayor responsabilidad. Algunos pueden concebir la idea de que su trabajo no es ennoblecedor; pero su trabajo es precisamente lo que ellos quieren hacerlo. Ellos solos son capaces de degradar o elevar su empleo. Quisiéramos que cada zángano se viese obligado a trabajar para ganar su pan cotidiano; porque el trabajo es una bendición, no una maldición. La labor diligente nos preservará de muchas trampas de Satanás, quien “encuentra siempre algún trabajo perjudicial para las manos ociosas”.
Ninguno de nosotros debe avergonzarse de su trabajo, por humilde y servil que parezca, pues es ennoblecedor. Todos los que trabajan, ya sea con la mente o con las manos, cumplen con su deber y honran su religión, tanto mientras lavan la ropa o los platos como cuando van a la reunión. Mientras las manos se dedican al trabajo más común, la mente puede ser elevada y ennoblecida por pensamientos puros y santos. Cuando cualquiera de los obreros manifiesta falta de respeto por las cosas religiosas, debe ser separado de la obra. Nadie piense que la institución depende de él (Joyas de los Testimonios, t. 1, pp. 588, 589).
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel, y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (S. Lucas 16: 10). El servicio activo para Dios está directamente relacionado con los deberes comunes de la vida, aun con las ocupaciones más humildes. Debemos servir a Dios en el lugar donde él nos coloca. Él debe colocarnos a cada uno en su lugar, y no nosotros mismos. Posiblemente el trabajo en el hogar sea el lugar que debamos ocupar durante un tiempo o tal vez durante toda la vida. Entonces hay que prepararse para ese trabajo para que hagamos lo mejor posible para el Señor.
El Señor nos está probando para ver qué clase de fibra estamos poniendo en la edificación del carácter. Si somos descuidados e indiferentes, negligentes y desatentos, en las cosas pequeñas de todos los días, nunca seremos aptos para otro servicio para Dios... El que es infiel en lo poco, con seguridad repetirá esta infidelidad si se lo coloca en posiciones más elevadas y si se le dan mayores responsabilidades... La importancia de las cosas pequeñas no es menor porque son pequeñas; en cambio su influencia para el bien o el mal es enorme. Ayudan a disciplinar para la vida. Son parte de la preparación del alma en la santificación de todos los talentos que Dios nos ha confiado. La fidelidad en las cosas pequeñas en la realización de los deberes hace que el obrero de Dios refleje cada vez más a Cristo. Nuestro Salvador es un Salvador para la perfección del hombre en su ser entero. No es Dios de una sola parte del ser. La gracia de Cristo obra para disciplinar toda la textura humana. El lo hizo todo. Él ha redimido a todos. Ha hecho participantes de la naturaleza divina a la mente, la energía, el cuerpo y el alma, y todos son su posesión adquirida. Hay que servirle con toda la mente, el corazón, el alma y las fuerzas. Entonces el Señor será glorificado en sus santos, aun en las cosas comunes y temporales. “Santidad a Jehová” será la inscripción colocada sobre ellos (A fin de conocerle, p. 333).
Miércoles 31 de Agosto
Trabajar para beneficio de otros.
¿Por qué Pablo, un apóstol de tan elevada categoría, dedicaba tiempo a tareas mecánicas cuando podría haber dedicado ese tiempo a cosas aparentemente más elevadas como predicar la Palabra? En realidad, al trabajar con sus manos, Pablo estaba predicando la Palabra; estaba dando un ejemplo en contra de una idea que estaba ganando influencia: que al predicar el evangelio los ministros quedaban excusados de realizar tareas mecánicas y físicas. Pablo sabía que había quienes gustaban más de la vida fácil e indulgente que del trabajo útil. Sabía que si los ministros descuidaban el trabajo físico se debilitarían, y quería enseñar a los ministros jóvenes que el trabajo con sus manos los haría más fuertes, porque sus músculos y sus tendones serían fortalecidos (Australian Union Conference Record, diciembre 1, 1899).
Juan el Bautista declaraba con claridad cuál era el fruto requerido para llegar a ser súbditos del reino de Cristo: eran las obras de misericordia, benevolencia y amor. Ese carácter virtuoso sería el fruto del arrepentimiento y la fe genuinos. Aquellos que habían sido bendecidos con abundancia debían compartirla con los que estaban destituidos. “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario (S. Lucas 3:11-14).
Juan enseñó a sus seguidores los principios de la piedad práctica. Les mostró que la bondad, la honestidad y la fidelidad verdaderas debían ser vistas en la vida cotidiana y guiadas por principios no egoístas, para que se viera la diferencia con los pecadores no arrepentidos. Si aquellos que rodeaban a los que más tenían no veían mejorar sus vidas, entonces su riqueza estaba siendo usada sólo con propósitos egoístas y su vida era como árbol sin fruto. En lugar de abusar y oprimir a los destituidos debían ser un escudo para ellos que les evitara dolor y penas, y un ejemplo de benevolencia, compasión y virtud con aquellos de las clases inferiores y dependientes. Si no había cambio en su conducta y seguían siendo extravagantes, egoístas y sin principios morales, estarían representados correctamente por el árbol sin fruto. Esta lección se aplica a todos los cristianos. Los seguidores de Cristo debieran mostrar al mundo que su vida ha cambiado en la dirección correcta y que sus buenas obras muestran la influencia transformadora del Espíritu Santo en sus corazones. No obstante, hay muchos que no llevan fruto para la gloria de Dios, ni dan evidencia de un cambio radical en su vida. Aunque parecen tener una alta profesión de fe, no sienten la necesidad de tener una experiencia personal que muestre un corazón lleno de amor, que comprenda sus deberes cristianos y sus sagradas obligaciones, y la necesidad de hacer la obra de su Maestro con rapidez y diligencia (Review and Herald, enero 14, 1873).
Jueves 1 de Septiembre
Trabajar mientras esperamos el regreso del Señor
Juan el Bautista declaraba con claridad cuál era el fruto requerido para llegar a ser súbditos del reino de Cristo: eran las obras de misericordia, benevolencia y amor. Ese carácter virtuoso sería el fruto del arrepentimiento y la fe genuinos. Aquellos que habían sido bendecidos con abundancia debían compartirla con los que estaban destituidos. “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario (S. Lucas 3:11-14).
Juan enseñó a sus seguidores los principios de la piedad práctica. Les mostró que la bondad, la honestidad y la fidelidad verdaderas debían ser vistas en la vida cotidiana y guiadas por principios no egoístas, para que se viera la diferencia con los pecadores no arrepentidos. Si aquellos que rodeaban a los que más tenían no veían mejorar sus vidas, entonces su riqueza estaba siendo usada sólo con propósitos egoístas y su vida era como árbol sin fruto. En lugar de abusar y oprimir a los destituidos debían ser un escudo para ellos que les evitara dolor y penas, y un ejemplo de benevolencia, compasión y virtud con aquellos de las clases inferiores y dependientes. Si no había cambio en su conducta y seguían siendo extravagantes, egoístas y sin principios morales, estarían representados correctamente por el árbol sin fruto. Esta lección se aplica a todos los cristianos. Los seguidores de Cristo debieran mostrar al mundo que su vida ha cambiado en la dirección correcta y que sus buenas obras muestran la influencia transformadora del Espíritu Santo en sus corazones. No obstante, hay muchos que no llevan fruto para la gloria de Dios, ni dan evidencia de un cambio radical en su vida. Aunque parecen tener una alta profesión de fe, no sienten la necesidad de tener una experiencia personal que muestre un corazón lleno de amor, que comprenda sus deberes cristianos y sus sagradas obligaciones, y la necesidad de hacer la obra de su Maestro con rapidez y diligencia (Review and Herald, enero 14, 1873).
Jueves 1 de Septiembre
Trabajar mientras esperamos el regreso del Señor
Dios a todos asigna su obra, y espera que le devuelvan de acuerdo a las diversas capacidades a cada uno confiadas. No espera el producto de diez talentos del hombre a quien ha dado uno solo. No espera que una persona pobre dé donativos como un rico. No espera del débil y enfermo la actividad y fuerza del que está sano. El talento único utilizado en la mejor forma posible Dios lo aceptará “según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8:12). Dios nos llama siervos, lo cual implica que somos empleados por él para realizar cierta obra y para llevar responsabilidades. Nos ha prestado un capital para que lo invirtamos. Éste no es de nuestra propiedad; y desagradamos a Dios si amontonamos los bienes del Señor o silos gastamos a nuestro capricho. Somos responsables por el uso o el abuso de lo que Dios nos ha prestado. Si este capital que el Señor ha colocado en nuestras manos permanece dormido, o silo enterramos, aunque sea un solo talento, el Maestro nos pedirá cuenta de ello. Él requiere, no lo nuestro, sino lo suyo propio con intereses.
Cada talento que vuelve al Señor será analizado cuidadosamente. Las acciones y los cargos de los siervos de Dios no serán considerados como asuntos de poca importancia. Se tratará personalmente con cada uno, y se le pedirá que rinda cuenta de los talentos que le fueron confiados, sea que los haya aprovechado o que haya abusado de ellos. La recompensa dada estará en proporción con los talentos aprovechados. El castigo impartido estará de acuerdo con los talentos mal utilizados (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 125).
La pregunta de cada uno debiera ser: ¿Qué tengo que pertenece a mi Señor, y cómo lo usaré para su gloria? “Negociad —dice Cristo—entre tanto que yo vengo”. El Maestro celestial está en viaje de regreso. Nuestra bondadosa oportunidad es ahora. Los talentos están ahora en nuestras manos. ¿Los usare paremos para la gloria de Dios, o los malgastaremos? Podemos negociar con ellos hoy, pero mañana nuestro tiempo de gracia puede terminar y nuestra cuenta puede quedar cerrada para siempre (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 589).
Cuando nos demos sin reservas al Señor veremos los deberes sencillos de la vida familiar de acuerdo con su verdadera importancia, y los cumpliremos como Dios quiere que lo hagamos. Debemos ser vigilantes y velar por la venida del Hijo del hombre. También debemos ser diligentes. Se requiere de nosotros que obremos y esperemos; debemos unir las dos actitudes. Esto equilibrará el carácter cristiano, y lo hará simétrico y bien desarrollado. No debemos creer que nos toca descuidar todo lo demás y entregarnos a la meditación, el estudio o la oración, ni tampoco debemos rebosar apresuramiento y actividad, con descuido de la piedad personal. La espera, la vigilancia y el trabajo deben combinarse. “En el cuidado no perezosos: ardientes en espíritu; sirviendo al Señor” (El hogar cristiano, p. 19).
Viernes 2 de Septiembre
Para estudiar y meditar.
Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 293, 294.
Cada talento que vuelve al Señor será analizado cuidadosamente. Las acciones y los cargos de los siervos de Dios no serán considerados como asuntos de poca importancia. Se tratará personalmente con cada uno, y se le pedirá que rinda cuenta de los talentos que le fueron confiados, sea que los haya aprovechado o que haya abusado de ellos. La recompensa dada estará en proporción con los talentos aprovechados. El castigo impartido estará de acuerdo con los talentos mal utilizados (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 125).
La pregunta de cada uno debiera ser: ¿Qué tengo que pertenece a mi Señor, y cómo lo usaré para su gloria? “Negociad —dice Cristo—entre tanto que yo vengo”. El Maestro celestial está en viaje de regreso. Nuestra bondadosa oportunidad es ahora. Los talentos están ahora en nuestras manos. ¿Los usare paremos para la gloria de Dios, o los malgastaremos? Podemos negociar con ellos hoy, pero mañana nuestro tiempo de gracia puede terminar y nuestra cuenta puede quedar cerrada para siempre (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 589).
Cuando nos demos sin reservas al Señor veremos los deberes sencillos de la vida familiar de acuerdo con su verdadera importancia, y los cumpliremos como Dios quiere que lo hagamos. Debemos ser vigilantes y velar por la venida del Hijo del hombre. También debemos ser diligentes. Se requiere de nosotros que obremos y esperemos; debemos unir las dos actitudes. Esto equilibrará el carácter cristiano, y lo hará simétrico y bien desarrollado. No debemos creer que nos toca descuidar todo lo demás y entregarnos a la meditación, el estudio o la oración, ni tampoco debemos rebosar apresuramiento y actividad, con descuido de la piedad personal. La espera, la vigilancia y el trabajo deben combinarse. “En el cuidado no perezosos: ardientes en espíritu; sirviendo al Señor” (El hogar cristiano, p. 19).
Viernes 2 de Septiembre
Para estudiar y meditar.
Palabras de vida del Gran Maestro, pp. 293, 294.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home